viernes, 29 de agosto de 2014

El sujeto “de” la devastación y el sujeto “en” la devastación



A la memoria de Ignacio Lewkowicz


El inconciente es el basurero de la historia” Jacques Lacan

Asistimos al derrumbe de costumbres, tradiciones y lenguas que se metamorfosean en pequeñas partículas onomatopéyicas, fonemáticas, y que, a veces, ni llegan a constituirse en fonemas y quedan reducidas a sonidos casi guturales dichos sin necesidad de la presencia del prójimo y “transmitidas” a distancia: el “CQC” (caiga quién caiga) que nos adelanta y nos dice de la caída en tiempo libre de las posibilidades de discriminar y de nombrar al objeto con palabras que no se presenten solamente en su sonido gutural y discordante, propiciando la caída del objeto pulsional.


Costumbres asentadas en transmisiones generacionales que estallan en nombre de marcas y de logos que adelantan la pérdida de la capacidad de diferenciar y discriminar por parte del sujeto que queda atrapado en lo más literal de lo que se puede denominar “discurso capitalista”, “discurso del capitalista”, “discurso del capitalismo”: sujeto suspendido por el vacío de un logo que lo transforma en un “alguien” ofrecido y tomado solo por la manipulación del Otro, regresando a ser un puro objeto entregado al desenfreno del goce de ese Otro y pensado como “casi un objeto”, razones que nos llevan a discriminar diferentes modos de nombrar los estados diversos y aleatorios en los que se puede incluir un sujeto (para quedar reducido a “casi” un sujeto), algunos de estos son los estados que discriminaremos a continuación para poder referirnos al concepto de catástrofe subjetiva y posteriormente al concepto de crisis.
El título nos informa de categorías diferentes que implican el sujeto producto de la devastación y otra dimensión a considerar es la del sujeto “en” la devastación: es decir que una cuestión a considerar es el sujeto “producido” y producto de la devastación y absolutización del discurso capitalista y otra cuestión que podemos pensar es cómo puede ser ese sujeto que continúa viviendo -sobreviviendo - en la devastación: es decir el sujeto que respira y sobrevive en medio del páramo y del desierto subjetivo una vez que una lógica se ha quebrado y un sentido ha desaparecido: será éste el sentido al referirnos a “casi” un sujeto tratando de atrapar en esta palabra - “casi” - la imposibilidad que, en determinadas circunstancias, se nos presenta de encontrarnos, de asir, de poder pensar un sujeto responsable por sus actos.
Quizás deberíamos preguntarnos cómo es que se ha dado esta circunstancia histórico-subjetivante de esta época como para que nos encontremos que el sujeto producido por el quiebre y la desaparición del sentido que producía el estado ha surgido un “casi” sujeto producto de la devastación y echado a la devastación y al páramo subjetivo donde todo sería lo esperable y “todo” nos remite al todo propiciatorio de la manipulación subjetiva y al sujeto tomado por el Otro de la mass-media que no deja alternativa a la posibilidad de elección que establecería y propiciaría alguna diferencia. Podemos decir que, al no poder establecer una alternativa que haga diferencia el producto es un hombre sin alternativa que se presenta como un mero desecho de las vicisitudes que lo atraparon

Trauma, acontecimiento y catástrofe

¿Qué es un trauma?, ¿qué es un acontecimiento?, ¿qué es una catástrofe?, ¿qué es una devastación subjetiva? Que es un mundo sin sujetos? ¿Qué es una catástrofe en los tiempos actuales? ¿Qué es una catástrofe en tiempos de desaparición o de extenuación del estado tal como estaba articulado, pensado y ofrecido con un sentido a las posibilidades subjetivas de los sujetos-ciudadanos?
¿Qué quiere decir catástrofe en tiempos post-estatales, neoliberales, globales?
Alguna de estas preguntas y consecuentemente algunas respuestas las formuló el historiador Ignacio Lewkowicz (1)
Se trata de preguntas y cuestionamientos que implican a la condición que afecta la subjetividad contemporánea, pero, si se trata de re-pensar el status de la noción de catástrofe, nos resulta necesario partir de categorías previas y referirnos a las categorías conceptuales de trauma y acontecimiento.
En cada una de las tres configuraciones, el punto de partida es una situación de impasse, de suspensión de una determinada lógica de pensamiento que irá acompañada de la suspensión de una lógica témporo-espacial: algo ocurre que no tiene lugar en esa lógica o en esas lógicas, algo irrumpe, desestabiliza, desestructura la consistencia de ésa o esas lógicas. Por lo tanto el trauma, el acontecimiento y la catástrofe organizan, desde un mismo punto de partida, relaciones y respuestas diversas.
El trauma remite a la suspensión de una lógica por la presentación de un término que le es ajeno. Se trata de un estímulo excesivo que no puede ser captado por los recursos previos con que está munido el sujeto. Por eso mismo, ese estímulo tiene masividad y evidencia suficientes para imponer un obstáculo al funcionamiento de la lógica en cuestión y con el agregado de una suspensión de la contigüidad temporal: suspensión en la temporalidad y en el transcurrir del tiempo lógico: nos encontrarnos con cierta suspensión, cierto detenimiento o aceleración de los rangos temporales a los que el sujeto está “acostumbrado”. Algo se quiebra, se detiene o se acelera internamente por la acción de estímulos externos presentados al sujeto y vividos por éste como un exceso y ajeno a nuestra comprensión subjetiva y a nuestro compromiso con el hecho: es un efecto presentado con fuerza de exceso que nos afecta sin habernos comprometido con el accionar del mismo desde su comienzo, por lo tanto las condiciones del hecho traumático sería que nos toma por sorpresa, nos excede, nos compromete desde su exterioridad y como resultado es incomprensible lógicamente
Ignacio Lewkowicz utiliza la metáfora de la inundación como una forma de recrear la operatoria del trauma. La inundación sería ese “algo” que deja perplejo, efecto de perplejidad -instante temporal- que deja sin respuesta por su evidencia e intensidad desmesuradas. Pero esa intensidad paulatinamente va cediendo, y todo puede regresar a su lugar. Trabajosamente, los lugares existentes buscan asimilar lo inundado. En este esquema de trauma, todo podría volver a su lugar, pero produciendo y dejando efectos a-posteriori en cada sujeto(las marcas de la inundación).
Ahora bien. si ese hecho se produjera en un lugar heterogéneo, es decir que abriría la comprensión desde una tópica espacial diferente, la variación no sería la que corresponde a lo traumático sino una operación de orden del acontecimiento (acontecimental).
Nada de eso sucede con el trauma, sus efectos son bien otros. En una situación histórica traumática, por ejemplo en lo que el antropólogo Nathan Wachtel llama “el traumatismo de la conquista”(2) - citado por Lewkowicz - en el Antiguo Perú, hacia el siglo XVI, se da la experiencia de un nuevo tipo de dominación que es producto de la colonización española. El trauma que afecta a la subjetividad producido por esta nueva forma de dominación no resulta centralmente del aumento de las tasas de explotación, sino, según Wachtel, de la liquidación de las prácticas sociales que entre la población local producían un sentido, un lugar, una cosmovisión del mundo y un destino. A modo de ejemplo, la migración a las minas de Potosí en tiempos incaicos era radicalmente diversa a la migración a las mismas minas en tiempos coloniales. Mientras en el primer caso la prestación estatal implicaba una fiesta, un encuentro comunitario, una celebración sagrada, en el segundo caso era a “puro desgaste”: es decir en trabajo “sin sentido” para la comunidad, sentido que era el que se le otorgaba previamente. La prestación en trabajo tenía un estatuto y un sentido cuando el interlocutor era el Inca y otro estatuto, vaciado del sentido dado por el indio, cuando el interlocutor era la Corona española o el encomendero.
Durante el siglo XVI, pero sobre todo durante el XVII, los Andes peruanos se despueblan. La argumentación clásica encuentra en la hiperexplotación y en las pestes las causas del descenso poblacional. Wachtel destaca el desgano vital, que adquiere formas diversas: alcoholismo, suicidios, infanticidio, reducción de las tasas de natalidad. Ese desgano no es otra cosa que la expresión de la pérdida de sentido de la vida entre la población indígena; el modo que adquiere el trauma en esa situación histórica. Ahora bien, los indígenas registran en su propio lenguaje lo traumático de la experiencia. La perplejidad ocupa el lugar de la palabra y el desgano vital no es sólo de los hombres sino que éste también implica a los dioses. Los dioses han dejado de hablar y han callado frente a las alteraciones del mundo social. Por lo tanto ni los dioses ni los hombres pueden con tanta perplejidad...y su destino es la mudez.
Paulatinamente, el silencio se interrumpe. Los dioses recomienzan a decir y les recuerdan a los hombres que son dueños de la tierra, que la tierra es suya y en consecuencia el recuerdo se ha renovado (dimensión de la memoria social). Renovado el recuerdo, los hombres se apartan del desgano....
Por lo tanto podemos decir que tal vez no hayan sido los dioses sino los hombres los primeros en volver a hablar....y el lugar de los dioses lo ocupa la rememoraciòn…la memoria…
Lo que importa es que el estímulo traumático ya no produce lo que producía. La rebelión india de 1780 –conducida en su primera fase por Túpac Amaruc– nos habla de alguna posibilidad vital recuperada. Ante todo se trata de la recuperación de lo perdido que se acompaña de la recuperación de un sentido. Rememoración como recuperación de sentido. El lenguaje inca piensa el desgano o el silencio como una impasse donde la recomposición se trama significando al término extraño como invasor. No se trata de asumir la transformación que ha operado la presencia colonial, se trata de la eliminación del cuerpo extraño del mundo incaico. Trabajosamente, los lugares existentes buscan asimilar la invasión sin alterar la estructura previa. Finalmente, todo pretende, en apariencia, volver a su lugar original. Se ha producido un trauma de un par de siglos, pero con el paso del tiempo todo tiende a volver a un lugar, que ya no será el mismo y sin embargo la memoria - con el “auxilio” de los Dioses - irá reconstruyendo un espacio y la palabra irá ocupando lentamente el lugar del silencio producido por el anonadamiento y la perplejidad que produjo el trauma de la invasión y que fue acompañado de la pérdida del sentido.
Si el trauma no supone ninguna alteración radical en el juego interno de la lógica que afecta, el acontecimiento implica fundamentalmente una alteración radical de esta lógica.
El acontecimiento exige, produce y funda una nueva lógica y una nueva concepción témporo-espacial y requiere de una transformación subjetiva para ser tomado y para que el mismo se realice. Necesita de recursos y operaciones de pensamientos y lógicas capaces de leer la novedad en su especificidad radical a la vez que esta lectura implica un adelantarse desde estas operaciones a los sucesos que ya en el umbral se avecinan. Escribe Walter Benjamin: “ …El pasado lleva consigo un secreto índice por el cual es remitido a la redención ¿Acaso no nos roza un hálito del aire que envolvió a las precedentes?...Si es así, entonces existe un secreto acuerdo entre las generaciones pasadas y la nuestra. Entonces hemos sido esperados en la tierra…”(3)
De esta manera, el acontecimiento no se reduce a pura perplejidad frente a lo inaudito; se trata de la capacidad de lo inaudito para transformar la configuración que había quedado perpleja, otorgándole un sentido nuevo.
¿Qué sucede con la catástrofe? Si el trauma es concebido como la impasse en una lógica que trabajosamente pone en funcionamiento los esquemas previos, y el acontecimiento como la invención de unos esquemas otros frente a esa impasse, la catástrofe propone al sujeto de una desujección que lo transporta imaginariamente al no ser: es decir que habría, hay, una detención temporal del pasado con que se proyecta el futuro. Es posible pensarla como una dinámica que produce desmantelamiento sin armar otra lógica distinta pero equivalente en su función articuladora y simbólica: en suma son los atributos subjetivos de que está poseído un sujeto: atributos simbólicos e imaginarios que le permiten el acceso a “la realidad” y estos atributos son los compaginados desde una historia previa que se hacen presente en cada acto en donde un sujeto se soporta, se sostiene y se justifica en función de una cita futura. (función del Mesías al que hace alusión Benjamin en sus “Tesis…”)
A su vez, lo decisivo de la causa que desmantela es que esta no se retira, esa permanencia le hace obstáculo a la recomposición traumática y a la fundación acontecimental. Dicho de otro modo, esta vez la inundación llegó para quedarse....y para siempre Por eso mismo, son destruidos, destituidos como sujetos al no quedar ni esquemas previos ni esquemas nuevos capaces de iniciar o reiniciar el juego.
Lo que encontramos es sustracción, mutilación, devastación, anonadamiento e indefensión subjetivante.
Cuando un sujeto que es arrancado de su soporte identitario, su existencia como sujeto se desvanece: por ejemplo la caída en esclavitud implica la pérdida de una serie de atributos definidos como humanos en una situación histórica (nombre, parentesco, lengua, ciudad, sexualidad). Sin esos atributos, su humanidad cae. Sin esos atributos, el sujeto sumido en estado de esclavitud se transforma en objeto de cualquier práctica y en sujeto de ninguna. A la caída en esclavitud sobreviene el desmantelamiento de la subjetividad previa y esta caída deviene duradera: no sucede nada parecido a la recomposición traumática, o a la composición acontecimiental. Sucede una catástrofe.
Así definidas, estas nociones, más allá de las diferencias, se apoyan en un suelo común. Se trata de afecciones diversas (momentáneas o no, subjetivas o no, alteradoras o no) sobre una lógica de pensamiento témporo-espacial que consiste. Avatares que le suceden a una estructura, pero esa estructura se estructura como una invariante histórica: el sujeto, un sujeto determinado que se estructura desde la invariante “sujeto” y que desde esta invariante soporta su vivir, sufre los avatares de una época histórica determinada y a su vez es el efecto de una época histórica: es decir es “tomado”, manipulado, constituído por las variantes epocales, así se construirá una subjetividad que se determinará por múltiples variables identificatorias: familiares, tradiciones, amistades, de clase social, de trabajo, determinaciones de moda, de época, de consumo, etc. etc.: es decir que el sujeto se apropiará de las múltiples determinaciones que lo tomarán y lo moldearán de acuerdo a las determinantes socio-culturales de una época histórica determinada.
En tiempos de Estado-Nación, la existencia es existencia estructural. Y esto significa, entre otras cosas, que existir es sinónimo de consistencia, de estructura. El trauma, el acontecimiento y la catástrofe son afecciones que impactan sobre las estructuras de ese suelo. Ahora bien, si la dinámica social y la subjetividad ya no fueran estatales, es válido preguntarse por la potencia de estas nociones en otro terreno. Sobre todo cuando ese terreno ya no es consistente, sólido y estructurado sino inconsistente, fluido e informe.
Es decir sucede algo diferente, algo nuevo: acontecimiento de la crisis: la crisis en la crisis. Las que adquieren la forma de un devenir caótico pertenecen al segundo tipo. Porque al primero pertenecen las crisis cuya entidad se reduce a ser pasaje entre una configuración y otra. La crisis como impasse en el que transcurre la descomposición de una lógica y la composición de otra, describe un estado de cosas donde hay destitución de una totalidad pero también hay fundación de otra. Esto es lo que se puede llamar transición: transición en crisis y de la crisis
La crisis como devenir caótico – crisis de la crisis- reseña unas condiciones en las que, si bien hay descomposición de una totalidad, nada indica que esa descomposición esté seguida de una recomposición general en otros términos.
Según una definición histórica, una lógica entra en crisis cuando encuentra dificultades para reproducirse como hasta entonces. La crisis consiste en la probable destitución e intención de desaparición del Estado-nación como práctica dominante, como modalidad espontánea de organización de los pueblos, como institución donadora de sentido. De esta manera, lo que encuentra dificultades para reproducirse es la metainstitución Estado-Nación. El agotamiento del Estado-Nación no describe un mal funcionamiento, describe la descomposición del Estado como ordenador de todas y cada una de las situaciones y como dador de sentido.

Citas:
(1) Iganacio Lewkowicz: “La historia sin objeto”
(2) Nathan Wachtel: “Los indios y la conquista española” Ed. Historia de América Latina 1- América latina colonial: “La América precolombina y la conquista” (Barcelona. Ed Crítica 1990- pags- 170-202)
(3) Walter Benjamin: “La dialéctica en suspenso. Fragmentos sobre la historia.” Sobre el concepto de historia. II pag. 48 Traducción de Pablo Oyarzún Robles . (Ed. Arcis-Lom. Chile)

Bibliografía:
Walter Benjamin: “La dialéctica en suspenso. Tesis sobre la historia”
Ignacio Lewcowica: “Pensar sin estado”, “La historia sin objeto”, “Sucesos argentinos”
Nathan Wachtel: “Los indios y la conquista española”
Michel de Certeau: “Historia y psicoanálisis”
Gilles Deleuze: “Lógica del sentido”




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