A la memoria de Ignacio Lewkowicz
“El inconciente es el basurero
de la historia” Jacques Lacan
Asistimos al derrumbe de costumbres, tradiciones y lenguas que se
metamorfosean en pequeñas partículas onomatopéyicas,
fonemáticas, y que, a veces, ni llegan a constituirse en fonemas y
quedan reducidas a sonidos casi guturales dichos sin necesidad de la
presencia del prójimo y “transmitidas” a distancia: el “CQC”
(caiga quién caiga) que nos adelanta y nos dice de la caída en
tiempo libre de las posibilidades de discriminar y de nombrar al
objeto con palabras que no se presenten solamente en su sonido
gutural y discordante, propiciando la caída del objeto pulsional.
Costumbres asentadas en transmisiones generacionales que estallan en
nombre de marcas y de logos que adelantan la pérdida de la capacidad
de diferenciar y discriminar por parte del sujeto que queda atrapado
en lo más literal de lo que se puede denominar “discurso
capitalista”, “discurso del capitalista”, “discurso del
capitalismo”: sujeto suspendido por el vacío de un logo que lo
transforma en un “alguien” ofrecido y tomado solo por la
manipulación del Otro, regresando a ser un puro objeto entregado al
desenfreno del goce de ese Otro y pensado como “casi un objeto”,
razones que nos llevan a discriminar diferentes modos de nombrar los
estados diversos y aleatorios en los que se puede incluir un sujeto
(para quedar reducido a “casi” un sujeto), algunos de
estos son los estados que discriminaremos a continuación para poder
referirnos al concepto de catástrofe subjetiva y posteriormente al
concepto de crisis.
El título nos informa de categorías diferentes que implican el
sujeto producto de la devastación y otra dimensión a considerar es
la del sujeto “en” la devastación: es decir que una cuestión a
considerar es el sujeto “producido” y producto de la devastación
y absolutización del discurso capitalista y otra cuestión que
podemos pensar es cómo puede ser ese sujeto que continúa viviendo
-sobreviviendo - en la devastación: es decir el sujeto que respira y
sobrevive en medio del páramo y del desierto subjetivo una vez que
una lógica se ha quebrado y un sentido ha desaparecido: será éste
el sentido al referirnos a “casi” un sujeto tratando de atrapar
en esta palabra - “casi” - la imposibilidad que, en determinadas
circunstancias, se nos presenta de encontrarnos, de asir, de poder
pensar un sujeto responsable por sus actos.
Quizás deberíamos preguntarnos cómo es que se ha dado esta
circunstancia histórico-subjetivante de esta época como para que
nos encontremos que el sujeto producido por el quiebre y la
desaparición del sentido que producía el estado ha surgido
un “casi” sujeto producto de la devastación y echado a la
devastación y al páramo subjetivo donde todo sería lo esperable y
“todo” nos remite al todo propiciatorio de la manipulación
subjetiva y al sujeto tomado por el Otro de la mass-media que no deja
alternativa a la posibilidad de elección que establecería y
propiciaría alguna diferencia. Podemos decir que, al no poder
establecer una alternativa que haga diferencia el producto es un
hombre sin alternativa que se presenta como un mero desecho de las
vicisitudes que lo atraparon
Trauma, acontecimiento y
catástrofe
¿Qué es un trauma?, ¿qué es un
acontecimiento?, ¿qué es una catástrofe?, ¿qué es una
devastación subjetiva? Que es un mundo sin sujetos? ¿Qué es una
catástrofe en los tiempos actuales? ¿Qué es una catástrofe en
tiempos de desaparición o de extenuación del estado tal como
estaba articulado, pensado y ofrecido con un sentido a las
posibilidades subjetivas de los sujetos-ciudadanos?
¿Qué quiere decir catástrofe en tiempos
post-estatales, neoliberales, globales?
Alguna de estas preguntas y consecuentemente
algunas respuestas las formuló el historiador Ignacio Lewkowicz (1)
Se trata de preguntas y cuestionamientos que
implican a la condición que afecta la subjetividad contemporánea,
pero, si se trata de re-pensar el status de la noción de catástrofe,
nos resulta necesario partir de categorías previas y referirnos a
las categorías conceptuales de trauma y acontecimiento.
En cada una de las tres configuraciones, el
punto de partida es una situación de impasse, de suspensión de
una determinada lógica de pensamiento que irá acompañada de la
suspensión de una lógica témporo-espacial: algo ocurre que no
tiene lugar en esa lógica o en esas lógicas, algo irrumpe,
desestabiliza, desestructura la consistencia de ésa o esas lógicas.
Por lo tanto el trauma, el acontecimiento y la catástrofe organizan,
desde un mismo punto de partida, relaciones y respuestas diversas.
El trauma remite a la suspensión de una
lógica por la presentación de un término que le es ajeno. Se trata
de un estímulo excesivo que no puede ser captado por los recursos
previos con que está munido el sujeto. Por eso mismo, ese estímulo
tiene masividad y evidencia suficientes para imponer un obstáculo al
funcionamiento de la lógica en cuestión y con el agregado de una
suspensión de la contigüidad temporal: suspensión en la
temporalidad y en el transcurrir del tiempo lógico: nos encontrarnos
con cierta suspensión, cierto detenimiento o aceleración de los
rangos temporales a los que el sujeto está “acostumbrado”. Algo
se quiebra, se detiene o se acelera internamente por la acción de
estímulos externos presentados al sujeto y vividos por éste como un
exceso y ajeno a nuestra comprensión subjetiva y a nuestro
compromiso con el hecho: es un efecto presentado con fuerza de exceso
que nos afecta sin habernos comprometido con el accionar del mismo
desde su comienzo, por lo tanto las condiciones del hecho
traumático sería que nos toma por sorpresa, nos excede, nos
compromete desde su exterioridad y como resultado es incomprensible
lógicamente
Ignacio Lewkowicz utiliza la metáfora de la
inundación como una forma de recrear la operatoria del trauma. La
inundación sería ese “algo” que deja perplejo, efecto de
perplejidad -instante temporal- que deja sin respuesta por su
evidencia e intensidad desmesuradas. Pero esa intensidad
paulatinamente va cediendo, y todo puede regresar a su lugar.
Trabajosamente, los lugares existentes buscan asimilar lo inundado.
En este esquema de trauma, todo podría volver a su lugar, pero
produciendo y dejando efectos a-posteriori en cada sujeto(las marcas
de la inundación).
Ahora bien. si ese hecho se produjera en un lugar
heterogéneo, es decir que abriría la comprensión desde una tópica
espacial diferente, la variación no sería la que corresponde a
lo traumático sino una operación de orden del acontecimiento
(acontecimental).
Nada de eso sucede con el trauma, sus
efectos son bien otros. En una situación histórica traumática, por
ejemplo en lo que el antropólogo Nathan Wachtel llama “el
traumatismo de la conquista”(2) - citado por Lewkowicz - en el
Antiguo Perú, hacia el siglo XVI, se da la experiencia de un nuevo
tipo de dominación que es producto de la colonización española. El
trauma que afecta a la subjetividad producido por esta nueva forma de
dominación no resulta centralmente del aumento de las tasas de
explotación, sino, según Wachtel, de la liquidación de las
prácticas sociales que entre la población local producían un
sentido, un lugar, una cosmovisión del mundo y un destino. A
modo de ejemplo, la migración a las minas de Potosí en tiempos
incaicos era radicalmente diversa a la migración a las mismas minas
en tiempos coloniales. Mientras en el primer caso la prestación
estatal implicaba una fiesta, un encuentro comunitario, una
celebración sagrada, en el segundo caso era a “puro desgaste”:
es decir en trabajo “sin sentido” para la comunidad, sentido que
era el que se le otorgaba previamente. La prestación en trabajo
tenía un estatuto y un sentido cuando el interlocutor era el Inca y
otro estatuto, vaciado del sentido dado por el indio, cuando
el interlocutor era la Corona española o el encomendero.
Durante el siglo XVI, pero sobre todo durante el
XVII, los Andes peruanos se despueblan. La argumentación clásica
encuentra en la hiperexplotación y en las pestes las causas del
descenso poblacional. Wachtel destaca el desgano vital, que adquiere
formas diversas: alcoholismo, suicidios, infanticidio, reducción de
las tasas de natalidad. Ese desgano no es otra cosa que la
expresión de la pérdida de sentido de la vida entre la población
indígena; el modo que adquiere el trauma en esa situación
histórica. Ahora bien, los indígenas registran en su propio
lenguaje lo traumático de la experiencia. La perplejidad ocupa
el lugar de la palabra y el desgano vital no es sólo de los hombres
sino que éste también implica a los dioses. Los dioses han dejado
de hablar y han callado frente a las alteraciones del mundo social.
Por lo tanto ni los dioses ni los hombres pueden con tanta
perplejidad...y su destino es la mudez.
Paulatinamente, el silencio se interrumpe. Los
dioses recomienzan a decir y les recuerdan a los hombres que son
dueños de la tierra, que la tierra es suya y en consecuencia el
recuerdo se ha renovado (dimensión de la memoria social). Renovado
el recuerdo, los hombres se apartan del desgano....
Por lo tanto podemos decir que tal vez no hayan
sido los dioses sino los hombres los primeros en volver a hablar....y
el lugar de los dioses lo ocupa la rememoraciòn…la memoria…
Lo que importa es que el estímulo traumático ya
no produce lo que producía. La rebelión india de 1780 –conducida
en su primera fase por Túpac Amaruc– nos habla de alguna
posibilidad vital recuperada. Ante todo se trata de la recuperación
de lo perdido que se acompaña de la recuperación de un sentido.
Rememoración como recuperación de sentido. El lenguaje inca piensa
el desgano o el silencio como una impasse donde la recomposición se
trama significando al término extraño como invasor. No se trata de
asumir la transformación que ha operado la presencia colonial, se
trata de la eliminación del cuerpo extraño del mundo
incaico. Trabajosamente, los lugares existentes buscan asimilar la
invasión sin alterar la estructura previa. Finalmente, todo
pretende, en apariencia, volver a su lugar original. Se ha producido
un trauma de un par de siglos, pero con el paso del tiempo todo
tiende a volver a un lugar, que ya no será el mismo y sin embargo la
memoria - con el “auxilio” de los Dioses - irá reconstruyendo un
espacio y la palabra irá ocupando lentamente el lugar del silencio
producido por el anonadamiento y la perplejidad que produjo el trauma
de la invasión y que fue acompañado de la pérdida del sentido.
Si el trauma no supone ninguna alteración radical
en el juego interno de la lógica que afecta, el acontecimiento
implica fundamentalmente una alteración radical de esta lógica.
El acontecimiento exige, produce y funda una
nueva lógica y una nueva concepción témporo-espacial y
requiere de una transformación subjetiva para ser tomado y para
que el mismo se realice. Necesita de recursos y operaciones de
pensamientos y lógicas capaces de leer la novedad en su
especificidad radical a la vez que esta lectura implica un
adelantarse desde estas operaciones a los sucesos que ya en el umbral
se avecinan. Escribe Walter Benjamin: “ …El pasado lleva consigo
un secreto índice por el cual es remitido a la redención ¿Acaso no
nos roza un hálito del aire que envolvió a las precedentes?...Si es
así, entonces existe un secreto acuerdo entre las generaciones
pasadas y la nuestra. Entonces hemos sido esperados en la tierra…”(3)
De esta manera, el
acontecimiento no se reduce a pura perplejidad frente a lo inaudito;
se trata de la capacidad de lo inaudito para transformar la
configuración que había quedado perpleja, otorgándole un
sentido nuevo.
¿Qué sucede con la catástrofe? Si el
trauma es concebido como la impasse en una lógica que trabajosamente
pone en funcionamiento los esquemas previos, y el acontecimiento como
la invención de unos esquemas otros frente a esa impasse, la
catástrofe propone al sujeto de una desujección que lo transporta
imaginariamente al no ser: es decir que habría, hay, una detención
temporal del pasado con que se proyecta el futuro. Es posible
pensarla como una dinámica que produce desmantelamiento sin armar
otra lógica distinta pero equivalente en su función articuladora y
simbólica: en suma son los atributos subjetivos de que está poseído
un sujeto: atributos simbólicos e imaginarios que le permiten el
acceso a “la realidad” y estos atributos son los compaginados
desde una historia previa que se hacen presente en cada acto en donde
un sujeto se soporta, se sostiene y se justifica en función de una
cita futura. (función del Mesías al que hace alusión Benjamin en
sus “Tesis…”)
A su vez, lo decisivo de la causa que desmantela
es que esta no se retira, esa permanencia le hace obstáculo a la
recomposición traumática y a la fundación acontecimental. Dicho de
otro modo, esta vez la inundación llegó para quedarse....y para
siempre Por eso mismo, son destruidos, destituidos como sujetos al no
quedar ni esquemas previos ni esquemas nuevos capaces de iniciar o
reiniciar el juego.
Lo que encontramos es sustracción,
mutilación, devastación, anonadamiento e indefensión subjetivante.
Cuando un sujeto que es arrancado de su soporte
identitario, su existencia como sujeto se desvanece: por ejemplo la
caída en esclavitud implica la pérdida de una serie de atributos
definidos como humanos en una situación histórica (nombre,
parentesco, lengua, ciudad, sexualidad). Sin esos atributos, su
humanidad cae. Sin esos atributos, el sujeto sumido en estado de
esclavitud se transforma en objeto de cualquier práctica y en sujeto
de ninguna. A la caída en esclavitud sobreviene el desmantelamiento
de la subjetividad previa y esta caída deviene duradera: no sucede
nada parecido a la recomposición traumática, o a la composición
acontecimiental. Sucede una catástrofe.
Así definidas, estas nociones, más allá de las
diferencias, se apoyan en un suelo común. Se trata de afecciones
diversas (momentáneas o no, subjetivas o no, alteradoras o no) sobre
una lógica de pensamiento témporo-espacial que consiste. Avatares
que le suceden a una estructura, pero esa estructura se estructura
como una invariante histórica: el sujeto, un sujeto
determinado que se estructura desde la invariante “sujeto” y que
desde esta invariante soporta su vivir, sufre los avatares de una
época histórica determinada y a su vez es el efecto de una época
histórica: es decir es “tomado”, manipulado, constituído por
las variantes epocales, así se construirá una subjetividad que se
determinará por múltiples variables identificatorias: familiares,
tradiciones, amistades, de clase social, de trabajo, determinaciones
de moda, de época, de consumo, etc. etc.: es decir que el sujeto se
apropiará de las múltiples determinaciones que lo tomarán y lo
moldearán de acuerdo a las determinantes socio-culturales de una
época histórica determinada.
En tiempos de Estado-Nación, la existencia es
existencia estructural. Y esto significa, entre otras cosas, que
existir es sinónimo de consistencia, de estructura. El trauma, el
acontecimiento y la catástrofe son afecciones que impactan sobre las
estructuras de ese suelo. Ahora bien, si la dinámica social y la
subjetividad ya no fueran estatales, es válido preguntarse por la
potencia de estas nociones en otro terreno. Sobre todo cuando ese
terreno ya no es consistente, sólido y estructurado sino
inconsistente, fluido e informe.
Es decir sucede algo diferente, algo nuevo:
acontecimiento de la crisis: la crisis en la crisis. Las que
adquieren la forma de un devenir caótico pertenecen al segundo tipo.
Porque al primero pertenecen las crisis cuya entidad se reduce a ser
pasaje entre una configuración y otra. La crisis como impasse en el
que transcurre la descomposición de una lógica y la composición de
otra, describe un estado de cosas donde hay destitución de una
totalidad pero también hay fundación de otra. Esto es lo que se
puede llamar transición: transición en crisis y de la crisis
La crisis como devenir caótico – crisis de
la crisis- reseña unas condiciones en las que, si bien hay
descomposición de una totalidad, nada indica que esa descomposición
esté seguida de una recomposición general en otros términos.
Según una definición histórica, una lógica entra
en crisis cuando encuentra dificultades para reproducirse como hasta
entonces. La crisis consiste en la probable destitución e intención
de desaparición del Estado-nación como práctica dominante, como
modalidad espontánea de organización de los pueblos, como
institución donadora de sentido. De esta manera, lo que
encuentra dificultades para reproducirse es la metainstitución
Estado-Nación. El agotamiento del Estado-Nación no describe un mal
funcionamiento, describe la descomposición del Estado como ordenador
de todas y cada una de las situaciones y como dador de sentido.
Citas:
(1) Iganacio Lewkowicz: “La
historia sin objeto”
(2) Nathan Wachtel: “Los
indios y la conquista española” Ed. Historia de América Latina 1-
América latina colonial: “La América precolombina y la conquista”
(Barcelona. Ed Crítica 1990- pags- 170-202)
(3) Walter Benjamin: “La
dialéctica en suspenso. Fragmentos sobre la historia.” Sobre el
concepto de historia. II pag. 48 Traducción de Pablo Oyarzún
Robles . (Ed. Arcis-Lom. Chile)
Bibliografía:
Walter Benjamin: “La
dialéctica en suspenso. Tesis sobre la historia”
Ignacio Lewcowica: “Pensar
sin estado”, “La historia sin objeto”, “Sucesos argentinos”
Nathan Wachtel: “Los
indios y la conquista española”
Michel de Certeau:
“Historia y psicoanálisis”
Gilles Deleuze: “Lógica
del sentido”
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