sábado, 10 de septiembre de 2016

Presentación del libro “;Los nombres de la locura” por Héctor Dematine.

En primer lugar, quiero agradecer a mi queridísimo Abel Langer por su invitación a participar en la presentación y la celebración de su libro, “Los nombres de la locura. Cervantes-Freud-Lacan. Arrabales de la letra: cultura, locuras y psicosis”
Es para mí realmente un honor estar en esta mesa en compañía del autor con quien nos une una profunda amistad desde hace muchos años, con estos panelistas con quienes me congratulo compartirla y, por supuesto, con todos ustedes que han tenido la amabilidad de estar hoy, aquí presentes.
Suele ser común, en este tipo de ocasiones, comenzar la exposición haciendo una semblanza más o menos formal del autor y de su trayectoria, la que regularmente oficia como una suerte de preámbulo a los comentarios sobre el objeto de esta cita, es decir el libro mismo.
Sin embargo, en esta ocasión, creo que podemos, sin pérdida, ahorrárnosla, ya que Abel ha devenido, sin duda, un personaje casi “mítico” en nuestro medio …a tal punto que si no existiera, deberíamos inventarlo.
Por tanto puedo, razonablemente, suponer que su vasta trayectoria en los más variados frentes - como psicólogo, psicoanalista, docente, escritor, investigador, librero, militante, historiador de la carrera de Psicología, entre varias otras prácticas- resulta conocida por la mayoría de los que estamos aquí, lo que nos evita una enumeración, que en su caso resultaría prácticamente inabarcable.



En cambio, yo prefiero comenzar refiriéndome, aunque sea muy brevemente, a nuestra amistad… amistad de la que personalmente me precio, que tuvo su origen, y como decirlo… su “primera infancia” en los años 60 y que comenzó como no podría haber sido de modo más propicio, en el acogedor ámbito de su librería de la calle Urquiza, librería que ya es leyenda, a la que la mayoría de los que están aquí seguramente recuerdan, a la vuelta de la Facultad, por entonces de Filosofía y Letras y enfrente del no menos amigable bar Urquiza, muy frecuentado por los estudiantes que en ese momento éramos.
Librería que tuvo su antecedente, como nos lo recuerda Horacio González en sus “Palabras Previas” al libro, en los subsuelos de la Facultad de la calle Viamonte, donde Abel había montado su puesto, por supuesto no autorizado, de librero, y por donde el entonces Decano de la Facultad, José Luis Romero, evitaba pasar, debiendo dar un rodeo para no darse por enterado.
Luego sobrevienen por supuesto, como ustedes pueden imaginar, muchísimos y queridos recuerdos sobre esos tiempos, iniciáticos, diríamos, aunque seguramente no tantos como los que, Abel -conocido poseedor de una memoria que le envidiaría el mismo Funes- podría relatarnos, lo cual hace a menudo, puedo asegurarlo, en ronda de amigos…
Evoco sobre todo y no sin cierta nostalgia, las interminables tertulias, en las que la psicología, el psicoanálisis, la filosofía, la literatura, la política y por supuesto el fútbol y las “minas” –con perdón de las militantes de género- nos convocaban alrededor ese bello y antiguo arcón que hoy luce en el living de su casa, pero que por entonces se resignaba a soportar nuestras asentaderas, a falta de utensillos más apropiad.s para ello.
Debo agregar que en las mismas solían participar , sin cálculo previo, así como de pasada, los más conspicuos representantes de la cultura de la época: no nos parecía raro, por entonces, toparnos de improviso con personajes como Borges, que enseñaba Literatura Inglesa“ahí a la vuelta”.
También recuerdo, con una sonrisa, las tantas noches previas a los exámenes, en las que el local de la librería se transformaba en improvisado “dormitorio” para los que a la mañana siguiente debíamos rendir, o para otros objetivos… menos confesables.
Es que,como pueden imaginar – a pesar de que la censura haya hecho su trabajo- en la librería de Abel no sólo se vendían libros sino que era verdaderamente un espacio multipropósito, incluyendo el de funcionar como una suerte de Centro Cultural avànt la lettre. En ella, por ejemplo presentó su libro,“Gotán”, nada menos que Juan Gelman, acompañado por el cuarteto Cedrón.
Por supuesto, ahora que se cumplen 50 años de aquella aciaga noche, conocida como la de los Bastones Largos, no puedo menos que rememorar lo que constituye una muestra de la reconocida generosidad de Abel, quien, en esos tiempos difíciles, y más allá de los riesgos que el gesto suponía, solía abrirnos las puertas de su librería, la que pasaba a convertirse, súbitamente, en oportunísimo refugio, ante las cargas, que no eran precisamente las de la heroica Brigada Ligera, sino aquéllas a las que nos tenía acostumbrados, por esos tiempos, la menos gallarda Guardia de Infantería de la Policía Federal, como seguramente muchos de ustedes recuerdan.
El tiempo, como suele hacer, siguió su curso …y así los movidos años setenta nos encontraron – ya recibidos- compartiendo docencia y militancia… hasta que, al menos esta clase de recuerdos, cesa bruscamente, junto con el cierre de la Facultad y, por supuesto, de la librería, en el funesto año de 1976, en el que el horror se instalara lamentablemente por tanto tiempo sobre nuestra patria.
Podría, por supuesto, continuar relatando innúmeras peripecias que fueron jalonando hasta hoy nuestra longeva amistad, pero tengo que asumir, no sin cierta pena, que es tiempo de abocarme a lo que nos convoca y abrirle, entonces, paso al libro…


“Los nombres de la locura. Cervantes, Freud, Lacan. Arrabales de la letra: cultura, locuras y psicosis”
El pròlogo del autor -que lleva por título “La(s) psicosis uno por uno”- comienza con una cita de Lacan a modo de epígrafe, en la que se lee : “Siempre se testimonia sobre los propios cojones”…cita nunca mejor elegida, ya que efectivamente este libro es antes que nada un testimonio…testimonia, como lo vuelve a señalar en su prólogo, HG, de la tarea de una vida, y lo hace con una intensidad, con una pasión que sorprende (aunque no debería, proviniendo del Abel que conocemos).
Pasión, decía: fuerza que lo imanta, entusiasmo que expresa, en el sentido etimológico del término, en theus, literalmente “que lleva un dios adentro”, poseído… es que Abel escribe así, poseído por sus obsesiones, en “rapto” diríamos… es su estilo y desde el mismo nos golpea, en tanto lectores, desde sus primeras líneas y así, sin darnos respiro hasta el final, en una interpelación que nos obliga, nos empuja, no sólo a la reflexión sino que comprometiéndonos, nos exige definición sobre los temas que aborda, temas que no voy a resumir para ustedes, pero que podrán presumir si les leo algunos de los títulos de los capítulos, o mejor, de los ensayos que componen el libro, como por ej, (cito): “Escuchar a los locos, hablar de locos, escribir de letras, locuras y psicosis”, “Freud producido, segregado y renegado …por la modernidad”, “Dialogan León Felipe, Freud y Lacan acerca de locuras, psicosis, el tiempo y los planetas”, “La lectura, ¿desencadenante de la locura?, “Freud por los caminos de La Mancha?, “Contrapunto Cervantes, Freud, Lacan. La corrosión pecaminosa de la lectura silenciosa”
Entusiasmo, posesión, éxtasis, decíamos, locura tal vez: no en vano lo “captura” el personaje del Quijote, sumándolo a su cruzada o mejor, a su “anticruzada”, no ya por los caminos de la Mancha, sino por los “arrabales”: ectopia, lugar fuera de matriz desde donde fuera concebido este libro, allá en Barracas, en Barracas al Sur (como en el tango) y más precisamente en el Hospicio, el Borda, borde en el que durante 10 años el autor se sostuvo dictando un Seminario nominado “Las psicosis uno x uno”.
Arrabales, decíamos : agrupaciones orgánicas de viviendas y comercios, sin planeamiento urbanístico previo, normalmente asociados a clases bajas; término que se aplicaba para definir los crecimientos descontrolados que tuvieron lugar en las ciudades europeas durante la Edad Media, cuando el territorio encerrado por las murallas comenzaba a escasear y surgían viviendas en torno a las puertas de la ciudad o de los caminos principales, o alrededor de los nuevos monasterios que se fundaban allende las murallas, extramuros.
Arrabal, aquí en el texto: escritura descontrolada, intempestiva, no premeditada, que deriva por los bordes, por los arrabales de la letra, donde el signo vacila y el testimonio para no retroceder, requiere del invento; escritura más allá de la palabra consagrada, bien lejos de la ecolalia lamentablemente tan habitual en nuestro medio.
Arrabal: lugar extramuros, exilio en el que se confina al loco, se lo “amura”. “No son por cierto lugares amables, sino campos de concentración detrás de muros que silencian”, nos dice Abel.
Escritura comprometida y que compromete al lector, impidiendo, por ejemplo –para citar nuevamente a HG-“ tomar a la locura y/o a la psicosis como conceptos sin comunidad o conocimientos sin drama social”.
Testimonio entonces, complejo, en tanto no elude la dimensión social de su objeto, cuya articulación implica un difícil desafío cuando se sabe, como Abel lo sabe, que las estructuras o instancias sociales (entre las que se cuentan también las psicosis, en tanto su singularidad se organiza a través de redes transindividuales) no se conectan entre sí en forma mecánica sino mediatizadamente o, para decirlo de otro modo, sin que exista una suerte de razón panóptica que gobierne la transparencia reciproca de una con otra, como las versiones simplificadoras nos pueden llevar a creer.
Me detengo, un momento, en una curiosa observación, que nos da otra pista o indicio sobre esta palabrita, “arrabales”… palabrita que me gusta mucho, y que figura junto con otras en el título del libro,
…esta palabrita que me gusta mucho, que figura en el título del libro junto con otras, aunque originalmente era, sin más, el título del mismo.
Bien, arrabal deriva etimológicamente del árabe hispano arrabády a su vez este último tèrmino, del árabe clásico rabad : curiosa afinidad con el Quijote -no sé si intencionada o inadvertida por Langer- ya que, como es sabido, Cervantes, adjudica la paternidad de su creación ( a la que nombra como “hijastro”) a un supuesto Cide Hamete Berengene, árabe o moro en una España en la que la Inquisición goza de plena salud.
Tema el de esta atribución por parte de Cervantes, al que Abel sabe sacarle el jugo en su relación, entre otras cosas, con las dimensiones que hacen a la paternidad y la nominación pero que, al mismo tiempo, deja su estela, su huella en el título de su libro, al de Langer me refiero ahora, en relación con su propia posición en tanto autor. A tal punto, que podríamos arriesgar, parafraseando a Lacan, que Abel se queda con el título (el de autor, digo) en el bolsillo, identificación mediante, de la cual el origen mencionado de esa palabrita nos daría indicio.
En lo que sigue, para no abusar de la paciencia de ustedes y de los tiempos de la mesa, me ceñiré a comentar brevemente un par de puntos o de trayectos, de esa suerte de constelación (constelación, palabra cara a W. Benjamin, del que Abel se reconoce deudor tanto explicita como tácitamente en su texto) y que me parece un buen término para calificar el enlace que se trama entre los distintos ensayos que componen su libro.
En primer lugar su tratamiento de la relación entre locura y libertad, relación, si las hay, siempre vuelta a retomar por nuestra cultura, desde sus mismos orígenes y con variadas perspectivas, y desde múltiples, digamos, disciplinas o géneros.
En el libro de Abel, la cuestión de la libertad y su revés, la censura pero también, la locura, su sombra, retornará una y otra vez, en relación con distintos contextos:
…por ejemplo en el capítulo titulado “La lectura ¿desencadenante de la locura?”, en el que Abel tramará un interesante y original enlace, del que sólo mencionaré, apelando al billar, a sus bandas, ya que son tres, sin develar como Abel arma la jugada (eso lo dejo para vuestra lectura)
Enlace a tres bandas, entonces, entre:
1) la “lectura silenciosa” (aquélla que describiera magistralmente un asombrado S. Agustín, dado que no existió desde siempre, luego de asistir, sin escucha, a su puesta en práctica por Ambrosio, el por entonces obispo de Milán, lectura silenciosa, sospechada por el dogma y a la que Abel le adjudica un efecto de corrosión pecaminosa en los sujetos y en la cultura
2) la invención de la imprenta varios siglos después (es decir aparición de la letra, en tanto letra impresa cuyos efectos en extensión pero también en intensión Abel trabaja de un modo que nos evoca el cuento de Kafka, “En la colonia penitenciaria”, cuerpos mortificados por la máquina que esculpe de manera literal la condena en la piel de los sentenciados, mortificándolos hasta la muerte).
Y, por último, tercera banda: la aparición en los albores de la modernidad, del Quijote -“hombre tipográfico” lo nombra Langer- cuya locura se atribuye a su inveterada afición por la lectura de novelas de caballería, la que acabaría por secarle el seso (La lectura ¿desencadenante de la locura?, es justamente el título de uno de los ensayos que reúne el libro).
Como dije, no voy a comentar cómo se arma y funciona este enlace, este particular anudamiento en el libro, leánlo, les aseguro que vale la pena y si ceden a mi sugerencia, daré por cumplida mi misión como presentador.
Volviendo a la relación entre locura y libertad, Abel retomará en su libro la célebre controversia entre Lacan y H. EY, en el primer coloquio de Bonneval, aquél en el que Lacan presentara su texto “Acerca de la causalidad psíquica” y en el que, como es sabido, cuestiona la concepción de Ey, quien al sostener la noción de una libertad originaria (que llama psicogenética), considera que (cito) "las enfermedades mentales son insultos y trabas a la libertad, dado que no son causadas por la actividad libre, es decir, puramente psicogenética".
Lacan, a contrario sensu, afirmará que a este planteo se le escapa, tanto la verdad del psiquismo, como la de la locura, en la medida en que (cito su frase, que devino célebre) “al ser del hombre no sólo no se lo puede comprender sin la locura, sino que no sería el ser del hombre si no llevara la locura como lìmite de su libertad”.
Es que para Lacan, como lo era para Freud y lo continúa siendo para Abel en la huella de los maestros, el fenómeno de la locura no es separable del problema de la significación, es decir del lenguaje para el hombre y, por tanto, lejos de representar el hecho contingente de las fragilidades de su organismo será la permanente virtualidad de una grieta abierta en el ser hablante.
Lejos de ser, como para Ey."un insulto para la libertad”, será su más fiel compañera: “sigue como una sombra, su movimiento”.
Posición, por cierto, paradojal de la locura, como lo será también la de la libertad en la concepción de Lacan, que lo aleja a la vez, como es sabido, de las concepciones organicistas como de las fenomenológicas, incluyendo a Sartre.
Pero, libertad, a pesar de todo, sin la cual no tendría sentido, como lo señalara Jorge Alemán, nuestra discusión con las neurociencias y que como psicoanalistas nos sitúa, de algún modo, en procedencia kantiana
Abel trabaja esta relación extensamente y en profundidad en su texto, no por sola inquietud intelectual, sino en conexión a las exigencias, las urgencias y los desafíos con los que lo confronta su práctica con pacientes severamente perturbados, locos o psicóticos (entre paréntesis, en el texto trabajará in extenso las diferencias pero también los cruces, entre las locuras, los estados de locura y la vera psicosis en tanto estructura)… volviendo, su problema es qué hacer con ellos, en un campo de experiencia donde faltan asideros, pues se trata de pacientes al borde de esa “grieta”, cuando no”desbarrancados”, donde para no retroceder (imperativo ético desde su posición como analista) se requiere del invento.
De experiencias como éstas nos habla su libro, experiencias imposibles que sólo podrán sostenerse, nos dice, mediante una escritura (acá está su libro para testimoniarlo).
Para concluir, un último y muy breve comentario acerca otro nudo, esta vez entre la temporalidad y la noción de falta que Abel trabaja en el capítulo titulado, ”Freud producido segregado y renegado…por la modernidad”.
En el mismo y refiriéndose a nuestra época, Langer plantea como el empuje al goce que caracteriza a la modernidad consumada (cito), “arroja al sujeto a una suerte de deriva amnésica en la que el tiempo se funde en una instantaneidad imaginaria", es decir en un ilusorio presente continuo, en la que la repetición, como repetición incesante de la satisfacción, es decir repetición de lo mismo, sin diferencia, “deja al sujeto exhausto –dice- de gula bulímica”.
Aplanamiento del tiempo que tendrá entre sus consecuencias, la abolición de la dimensión del inconsciente, la no emergencia del deseo (en tanto inseparable de su insatisfacción) y la imposibilidad del acontecimiento, ya que inconsciente, deseo y acto tienen su condición, según una lograda expresión de Juan Ritvo, en “la sustracción del presente”, sustracción del presente que para Abel Langer vendría a ser otro de los nombres de lo que él nombrará, con Masotta, “resguardo de la falta”.
Dejemos aquí con aquélla sugerente frase que Abel Langer toma prestada de Juan Villoro y que nosotros, retomamos para adjudicarla, con toda justicia, al libro que hoy celebramos : “la realidad mejora por escrito”

Gracias.

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