En primer lugar,
quiero agradecer a mi queridísimo Abel Langer por su invitación a
participar en la presentación y la celebración de su libro, “Los
nombres de la locura. Cervantes-Freud-Lacan. Arrabales de la letra:
cultura, locuras y psicosis”
Es para mí
realmente un honor estar en esta mesa en compañía del autor con
quien nos une una profunda amistad desde hace muchos años, con
estos panelistas con quienes me congratulo compartirla y, por
supuesto, con todos ustedes que han tenido la amabilidad de estar
hoy, aquí presentes.
Suele ser común,
en este tipo de ocasiones, comenzar la exposición haciendo una
semblanza más o menos formal del autor y de su trayectoria, la que
regularmente oficia como una suerte de preámbulo a los comentarios
sobre el objeto de esta cita, es decir el libro mismo.
Sin embargo, en esta
ocasión, creo que podemos, sin pérdida, ahorrárnosla, ya que Abel
ha devenido, sin duda, un personaje casi “mítico” en nuestro
medio …a tal punto que si no existiera, deberíamos inventarlo.
Por tanto puedo,
razonablemente, suponer que su vasta trayectoria en los más
variados frentes - como psicólogo, psicoanalista, docente, escritor,
investigador, librero, militante, historiador de la carrera de
Psicología, entre varias otras prácticas- resulta conocida por la
mayoría de los que estamos aquí, lo que nos evita una enumeración,
que en su caso resultaría prácticamente inabarcable.
En cambio, yo
prefiero comenzar refiriéndome, aunque sea muy brevemente, a nuestra
amistad… amistad de la que personalmente me precio, que tuvo su
origen, y como decirlo… su “primera infancia” en los años 60
y que comenzó como no podría haber sido de modo más propicio, en
el acogedor ámbito de su librería de la calle Urquiza, librería
que ya es leyenda, a la que la mayoría de los que están aquí
seguramente recuerdan, a la vuelta de la Facultad, por entonces de
Filosofía y Letras y enfrente del no menos amigable bar Urquiza,
muy frecuentado por los estudiantes que en ese momento éramos.
Librería que tuvo
su antecedente, como nos lo recuerda Horacio González en sus
“Palabras Previas” al libro, en los subsuelos de la Facultad de
la calle Viamonte, donde Abel había montado su puesto, por supuesto
no autorizado, de librero, y por donde el entonces Decano de la
Facultad, José Luis Romero, evitaba pasar, debiendo dar un rodeo
para no darse por enterado.
Luego sobrevienen
por supuesto, como ustedes pueden imaginar, muchísimos y queridos
recuerdos sobre esos tiempos, iniciáticos, diríamos, aunque
seguramente no tantos como los que, Abel -conocido poseedor de una
memoria que le envidiaría el mismo Funes- podría relatarnos, lo
cual hace a menudo, puedo asegurarlo, en ronda de amigos…
Evoco sobre todo y
no sin cierta nostalgia, las interminables tertulias, en las que la
psicología, el psicoanálisis, la filosofía, la literatura, la
política y por supuesto el fútbol y las “minas” –con perdón
de las militantes de género- nos convocaban alrededor ese bello y
antiguo arcón que hoy luce en el living de su casa, pero que por
entonces se resignaba a soportar nuestras asentaderas, a falta de
utensillos más apropiad.s para ello.
Debo agregar que en
las mismas solían participar , sin cálculo previo, así como de
pasada, los más conspicuos representantes de la cultura de la
época: no nos parecía raro, por entonces, toparnos de improviso
con personajes como Borges, que enseñaba Literatura Inglesa“ahí a
la vuelta”.
También recuerdo,
con una sonrisa, las tantas noches previas a los exámenes, en las
que el local de la librería se transformaba en improvisado
“dormitorio” para los que a la mañana siguiente debíamos
rendir, o para otros objetivos… menos confesables.
Es que,como pueden
imaginar – a pesar de que la censura haya hecho su trabajo- en
la librería de Abel no sólo se vendían libros sino que era
verdaderamente un espacio multipropósito, incluyendo el de
funcionar como una suerte de Centro Cultural avànt la lettre. En
ella, por ejemplo presentó su libro,“Gotán”, nada menos que
Juan Gelman, acompañado por el cuarteto Cedrón.
Por supuesto, ahora
que se cumplen 50 años de aquella aciaga noche, conocida como la de
los Bastones Largos, no puedo menos que rememorar lo que constituye
una muestra de la reconocida generosidad de Abel, quien, en esos
tiempos difíciles, y más allá de los riesgos que el gesto suponía,
solía abrirnos las puertas de su librería, la que pasaba a
convertirse, súbitamente, en oportunísimo refugio, ante las
cargas, que no eran precisamente las de la heroica Brigada Ligera,
sino aquéllas a las que nos tenía acostumbrados, por esos tiempos,
la menos gallarda Guardia de Infantería de la Policía Federal, como
seguramente muchos de ustedes recuerdan.
El tiempo, como
suele hacer, siguió su curso …y así los movidos años setenta
nos encontraron – ya recibidos- compartiendo docencia y
militancia… hasta que, al menos esta clase de recuerdos, cesa
bruscamente, junto con el cierre de la Facultad y, por supuesto, de
la librería, en el funesto año de 1976, en el que el horror se
instalara lamentablemente por tanto tiempo sobre nuestra patria.
Podría, por
supuesto, continuar relatando innúmeras peripecias que fueron
jalonando hasta hoy nuestra longeva amistad, pero tengo que asumir,
no sin cierta pena, que es tiempo de abocarme a lo que nos convoca y
abrirle, entonces, paso al libro…
“Los nombres de la
locura. Cervantes, Freud, Lacan. Arrabales de la letra: cultura,
locuras y psicosis”
El pròlogo del
autor -que lleva por título “La(s) psicosis uno por uno”-
comienza con una cita de Lacan a modo de epígrafe, en la que se lee
: “Siempre se testimonia sobre los propios cojones”…cita nunca
mejor elegida, ya que efectivamente este libro es antes que nada un
testimonio…testimonia, como lo vuelve a señalar en su prólogo,
HG, de la tarea de una vida, y lo hace con una intensidad, con una
pasión que sorprende (aunque no debería, proviniendo del Abel que
conocemos).
Pasión, decía:
fuerza que lo imanta, entusiasmo que expresa, en el sentido
etimológico del término, en theus, literalmente “que lleva un
dios adentro”, poseído… es que Abel escribe así, poseído por
sus obsesiones, en “rapto” diríamos… es su estilo y desde el
mismo nos golpea, en tanto lectores, desde sus primeras líneas y
así, sin darnos respiro hasta el final, en una interpelación que
nos obliga, nos empuja, no sólo a la reflexión sino que
comprometiéndonos, nos exige definición sobre los temas que aborda,
temas que no voy a resumir para ustedes, pero que podrán presumir si
les leo algunos de los títulos de los capítulos, o mejor, de los
ensayos que componen el libro, como por ej, (cito): “Escuchar a los
locos, hablar de locos, escribir de letras, locuras y psicosis”,
“Freud producido, segregado y renegado …por la modernidad”,
“Dialogan León Felipe, Freud y Lacan acerca de locuras, psicosis,
el tiempo y los planetas”, “La lectura, ¿desencadenante de la
locura?, “Freud por los caminos de La Mancha?, “Contrapunto
Cervantes, Freud, Lacan. La corrosión pecaminosa de la lectura
silenciosa”
Entusiasmo,
posesión, éxtasis, decíamos, locura tal vez: no en vano lo
“captura” el personaje del Quijote, sumándolo a su cruzada o
mejor, a su “anticruzada”, no ya por los caminos de la Mancha,
sino por los “arrabales”: ectopia, lugar fuera de matriz desde
donde fuera concebido este libro, allá en Barracas, en Barracas al
Sur (como en el tango) y más precisamente en el Hospicio, el Borda,
borde en el que durante 10 años el autor se sostuvo dictando un
Seminario nominado “Las psicosis uno x uno”.
Arrabales, decíamos
: agrupaciones orgánicas de viviendas y comercios, sin planeamiento
urbanístico previo, normalmente asociados a clases bajas; término
que se aplicaba para definir los crecimientos descontrolados que
tuvieron lugar en las ciudades europeas durante la Edad Media, cuando
el territorio encerrado por las murallas comenzaba a escasear y
surgían viviendas en torno a las puertas de la ciudad o de los
caminos principales, o alrededor de los nuevos monasterios que se
fundaban allende las murallas, extramuros.
Arrabal, aquí en el
texto: escritura descontrolada, intempestiva, no premeditada, que
deriva por los bordes, por los arrabales de la letra, donde el signo
vacila y el testimonio para no retroceder, requiere del invento;
escritura más allá de la palabra consagrada, bien lejos de la
ecolalia lamentablemente tan habitual en nuestro medio.
Arrabal: lugar
extramuros, exilio en el que se confina al loco, se lo “amura”.
“No son por cierto lugares amables, sino campos de concentración
detrás de muros que silencian”, nos dice Abel.
Escritura
comprometida y que compromete al lector, impidiendo, por ejemplo
–para citar nuevamente a HG-“ tomar a la locura y/o a la psicosis
como conceptos sin comunidad o conocimientos sin drama social”.
Testimonio entonces,
complejo, en tanto no elude la dimensión social de su objeto, cuya
articulación implica un difícil desafío cuando se sabe, como Abel
lo sabe, que las estructuras o instancias sociales (entre las que se
cuentan también las psicosis, en tanto su singularidad se organiza
a través de redes transindividuales) no se conectan entre sí en
forma mecánica sino mediatizadamente o, para decirlo de otro modo,
sin que exista una suerte de razón panóptica que gobierne la
transparencia reciproca de una con otra, como las versiones
simplificadoras nos pueden llevar a creer.
Me detengo, un
momento, en una curiosa observación, que nos da otra pista o
indicio sobre esta palabrita, “arrabales”… palabrita que me
gusta mucho, y que figura junto con otras en el título del libro,
…esta palabrita
que me gusta mucho, que figura en el título del libro junto con
otras, aunque originalmente era, sin más, el título del mismo.
Bien, arrabal
deriva etimológicamente del árabe hispano arrabády a su vez este
último tèrmino, del árabe clásico rabad : curiosa afinidad con el
Quijote -no sé si intencionada o inadvertida por Langer- ya que,
como es sabido, Cervantes, adjudica la paternidad de su creación (
a la que nombra como “hijastro”) a un supuesto Cide Hamete
Berengene, árabe o moro en una España en la que la Inquisición
goza de plena salud.
Tema el de esta
atribución por parte de Cervantes, al que Abel sabe sacarle el jugo
en su relación, entre otras cosas, con las dimensiones que hacen a
la paternidad y la nominación pero que, al mismo tiempo, deja su
estela, su huella en el título de su libro, al de Langer me refiero
ahora, en relación con su propia posición en tanto autor. A tal
punto, que podríamos arriesgar, parafraseando a Lacan, que Abel se
queda con el título (el de autor, digo) en el bolsillo,
identificación mediante, de la cual el origen mencionado de esa
palabrita nos daría indicio.
En lo que sigue,
para no abusar de la paciencia de ustedes y de los tiempos de la
mesa, me ceñiré a comentar brevemente un par de puntos o de
trayectos, de esa suerte de constelación (constelación, palabra
cara a W. Benjamin, del que Abel se reconoce deudor tanto explicita
como tácitamente en su texto) y que me parece un buen término para
calificar el enlace que se trama entre los distintos ensayos que
componen su libro.
En primer lugar su
tratamiento de la relación entre locura y libertad, relación, si
las hay, siempre vuelta a retomar por nuestra cultura, desde sus
mismos orígenes y con variadas perspectivas, y desde múltiples,
digamos, disciplinas o géneros.
En el libro de Abel,
la cuestión de la libertad y su revés, la censura pero también, la
locura, su sombra, retornará una y otra vez, en relación con
distintos contextos:
…por ejemplo en el
capítulo titulado “La lectura ¿desencadenante de la locura?”,
en el que Abel tramará un interesante y original enlace, del que
sólo mencionaré, apelando al billar, a sus bandas, ya que son tres,
sin develar como Abel arma la jugada (eso lo dejo para vuestra
lectura)
Enlace a tres
bandas, entonces, entre:
1) la “lectura
silenciosa” (aquélla que describiera magistralmente un asombrado
S. Agustín, dado que no existió desde siempre, luego de asistir,
sin escucha, a su puesta en práctica por Ambrosio, el por entonces
obispo de Milán, lectura silenciosa, sospechada por el dogma y a la
que Abel le adjudica un efecto de corrosión pecaminosa en los
sujetos y en la cultura
2) la invención de
la imprenta varios siglos después (es decir aparición de la letra,
en tanto letra impresa cuyos efectos en extensión pero también en
intensión Abel trabaja de un modo que nos evoca el cuento de Kafka,
“En la colonia penitenciaria”, cuerpos mortificados por la
máquina que esculpe de manera literal la condena en la piel de los
sentenciados, mortificándolos hasta la muerte).
Y, por último,
tercera banda: la aparición en los albores de la modernidad, del
Quijote -“hombre tipográfico” lo nombra Langer- cuya locura se
atribuye a su inveterada afición por la lectura de novelas de
caballería, la que acabaría por secarle el seso (La lectura
¿desencadenante de la locura?, es justamente el título de uno de
los ensayos que reúne el libro).
Como dije, no voy a
comentar cómo se arma y funciona este enlace, este particular
anudamiento en el libro, leánlo, les aseguro que vale la pena y si
ceden a mi sugerencia, daré por cumplida mi misión como
presentador.
Volviendo a la
relación entre locura y libertad, Abel retomará en su libro la
célebre controversia entre Lacan y H. EY, en el primer coloquio de
Bonneval, aquél en el que Lacan presentara su texto “Acerca de la
causalidad psíquica” y en el que, como es sabido, cuestiona la
concepción de Ey, quien al sostener la noción de una libertad
originaria (que llama psicogenética), considera que (cito) "las
enfermedades mentales son insultos y trabas a la libertad, dado que
no son causadas por la actividad libre, es decir, puramente
psicogenética".
Lacan, a contrario
sensu, afirmará que a este planteo se le escapa, tanto la verdad del
psiquismo, como la de la locura, en la medida en que (cito su
frase, que devino célebre) “al ser del hombre no sólo no se lo
puede comprender sin la locura, sino que no sería el ser del hombre
si no llevara la locura como lìmite de su libertad”.
Es que para Lacan,
como lo era para Freud y lo continúa siendo para Abel en la huella
de los maestros, el fenómeno de la locura no es separable del
problema de la significación, es decir del lenguaje para el hombre
y, por tanto, lejos de representar el hecho contingente de las
fragilidades de su organismo será la permanente virtualidad de una
grieta abierta en el ser hablante.
Lejos de ser, como
para Ey."un insulto para la libertad”, será su más fiel
compañera: “sigue como una sombra, su movimiento”.
Posición, por
cierto, paradojal de la locura, como lo será también la de la
libertad en la concepción de Lacan, que lo aleja a la vez, como es
sabido, de las concepciones organicistas como de las
fenomenológicas, incluyendo a Sartre.
Pero, libertad, a
pesar de todo, sin la cual no tendría sentido, como lo señalara
Jorge Alemán, nuestra discusión con las neurociencias y que como
psicoanalistas nos sitúa, de algún modo, en procedencia kantiana
Abel trabaja esta
relación extensamente y en profundidad en su texto, no por sola
inquietud intelectual, sino en conexión a las exigencias, las
urgencias y los desafíos con los que lo confronta su práctica con
pacientes severamente perturbados, locos o psicóticos (entre
paréntesis, en el texto trabajará in extenso las diferencias pero
también los cruces, entre las locuras, los estados de locura y la
vera psicosis en tanto estructura)… volviendo, su problema es qué
hacer con ellos, en un campo de experiencia donde faltan asideros,
pues se trata de pacientes al borde de esa “grieta”, cuando
no”desbarrancados”, donde para no retroceder (imperativo ético
desde su posición como analista) se requiere del invento.
De experiencias
como éstas nos habla su libro, experiencias imposibles que sólo
podrán sostenerse, nos dice, mediante una escritura (acá está su
libro para testimoniarlo).
Para concluir, un
último y muy breve comentario acerca otro nudo, esta vez entre la
temporalidad y la noción de falta que Abel trabaja en el capítulo
titulado, ”Freud producido segregado y renegado…por la
modernidad”.
En el mismo y
refiriéndose a nuestra época, Langer plantea como el empuje al goce
que caracteriza a la modernidad consumada (cito), “arroja al
sujeto a una suerte de deriva amnésica en la que el tiempo se funde
en una instantaneidad imaginaria", es decir en un ilusorio
presente continuo, en la que la repetición, como repetición
incesante de la satisfacción, es decir repetición de lo mismo, sin
diferencia, “deja al sujeto exhausto –dice- de gula bulímica”.
Aplanamiento del
tiempo que tendrá entre sus consecuencias, la abolición de la
dimensión del inconsciente, la no emergencia del deseo (en tanto
inseparable de su insatisfacción) y la imposibilidad del
acontecimiento, ya que inconsciente, deseo y acto tienen su
condición, según una lograda expresión de Juan Ritvo, en “la
sustracción del presente”, sustracción del presente que para Abel
Langer vendría a ser otro de los nombres de lo que él nombrará,
con Masotta, “resguardo de la falta”.
Dejemos aquí con
aquélla sugerente frase que Abel Langer toma prestada de Juan
Villoro y que nosotros, retomamos para adjudicarla, con toda
justicia, al libro que hoy celebramos : “la realidad mejora por
escrito”
Gracias.
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