lunes, 6 de febrero de 2017

“Los nombres de la locura”de Abel Langer, por Osvaldo M. Couso


Hay quien augura la próxima desaparición del libro como objeto. No lo creo demasiado y celebro la aparición de un nuevo libro y la ocasión de comentarlo. Mi modo de celebrar es presentar, contar más o menos brevemente, algo del contenido del libro.

Como dice Abel Langer en uno de los capítulos, Freud es producido, segregado y renegado por la modernidad. Freud cambia el mundo, opera un formidable descentramiento del hombre (que abarca todos los órdenes de lo social y de lo cultural), al inventar el Inconsciente. Infringe una profunda herida narcisística al hombre que hasta entonces consideraba que lo esencial, lo que lo definía por entero eran la conciencia y la razón.


Caen toda certeza y todo sueño de dominio sobre la psiquis humana. Sólo somos desconocidos para nosotros mismos. Es “otro” quien habla en mí cuando hablo, quien me lleva a hacer cuando hago.
Pero eso no significa que el inconsciente venga a traernos un nuevo saber que rellene las lagunas del que lo precedía, ni a reparar las fallas de la conciencia.

Por el contrario, el Inconsciente viene a enfrentarnos con la idea de que deberemos cambiar nuestra concepción misma del hombre, que incluye una nueva forma de pensar y de producir al sujeto humano.

El hombre deberá asumirse como un ser en falta, un ser de ansias y apetitos insatisfechos, de deseos irrealizables, de objetos inalcanzables. De paraísos perdidos, angustias, vacíos y nostalgias. Dice una poetisa popular: “Soy una herida, un cuerpo pulsante, sufriendo ser”.

A la belleza desgarradora de Björk le agrego la de unos versos de Olga Orozco:

“Algunos precipicios persiguen al viajero, lo aprisionan
en su estuche de hierbas;
otros toman la forma de una herida interior,
de una larga fisura por la que se puede contemplar el infierno.”

Tal vez como compensación, el psicoanálisis hace posible un sujeto del acto. El sujeto surge, se refunda, se transforma y se dignifica por sus mismos actos.

Ellos introducen la posibilidad de la palabra inédita, sorpresiva, novedosa, que tiende al despertar, contra el adormecimiento de la neurosis y su predominio de las pantallas, el espectáculo y los discursos estupidizantes.

En el citado capítulo, Langer desarrolla largamente y con precisión los mecanismos por los cuales se tiende a la aniquilación de esa falta esencial y fundante, de ese “infierno” que nos intranquiliza. Como si tras lo que él denomina “operación de Freud sobre la cultura”, ésta se tomara su revancha: acosando al sujeto con las exigencias superyoicas de renunciar a las (irrenunciables) satisfacciones pulsionales, empujando a la perfectibilidad y al goce (de consumir, por ejemplo, como lo dicta el discurso capitalista), a restituir un “todo” que no existe pero acosa, con una hipertrofia de la ciencia y de la técnica que se erigen como nuevos dioses a quienes servir. Dioses mortíferos, que ponen “la ciencia y la técnica al servicio de la destrucción del hombre”.

Allí ubicará Langer la locura, como el modo en que “el enmascarado no se rinde”… no responde a los “mambos naturales”… como las voces que rescatan lo que se quiere acallar, trayendo “el muerto habitando al vivo, el pasado habitando el presente, el excluido por la memoria, el expulsado por el yo”…

Un tango lo dice a su modo (Neli Saporiti): “No es posible borrar lo que ha sido // no es posible cambiar el adiós // el pasado está escrito en el alma…”

Una expresión explicitada al fin del libro me permite ubicar esta primer parte del mismo: “elogio de la locura”. Cierta ruptura del orden simbólico le permite al llamado “loco” interrogar, cuestionar al neurótico (cuyo orden simbólico está intacto pero lo esclaviza), enfrentarlo con lo que niega sistemáticamente: el “horror inherente a la condición humana”.

Elogio porque (aunque no está dicho exactamente así en el texto) no es que la locura diga una-la verdad, sino porque en lo que dice se connota lo que no puede decirse por estructura. Ello es que hay una invasión del símbolo. El lenguaje es el “cáncer” que parasita el cuerpo del hablante, imponiendo las palabras que transformarán radicalmente el cuerpo.

Es por esa misma ubicación de vocero de lo que la voz excluye, que es “la producción de algunos locos lo que permite que la cultura alcance su cenit”.

La locura habla desde un espacio y un tiempo fuera de las concepciones clásicas. En el texto, Langer metaforiza esa lógica con varios términos como “fuera de los muros de silencio”, “extramuros”, “tierra de nadie”, “extranjería”, “marginalidad”, “exilio”... y el que más me gustó, con reminiscencias tangueras: “arrabales”. Es en esos arrabales donde “se despliegan ideas y cuestionamientos desde la materialidad de cuerpos que soportan el cruce de letras, significantes, palabras, discursos y poderes”.

Así planteado desde el inicio, con la locura como compañera de la libertad (como dice una cita de Lacan que Langer rescata), se le va a presentar al autor una necesidad ineludible: doctrinariamente deberá distinguir con claridad neurosis, locuras, neurosis graves, psicosis, estados, psicosis veras, institucionalización de los internados, estigmatización y depósito de excluidos del cuerpo social (ya sea por buena o mala fe, por errores o por complicidad).

Por eso, además del elogio de la locura, hay otra parte del texto (más doctrinaria) que trabaja esas distinciones. Dedica a ello un capítulo, que es un verdadero tratado sobre el tema. No es un capítulo fácil, es denso, profundo, difícil, pero indispensable.

Después hay un par de capítulos que me parecieron sencillamente deliciosos. Son los que muestran que el método de trabajo de Freud y del psicoanálisis, podría considerarse a la luz del método abductivo de Peirce, apropiado para las ciencias conjeturales (no para las clásicas, tributarias del método deductivo-inductivo).

Recordemos la metáfora del arqueólogo que Freud da para el analista, que va reconstruyendo el edificio destruido y enterrado a partir de pequeños indicios, detalles menores y olvidados, que parecen irrelevantes pero son signos a leer.

Langer articula estudiosos de la pintura como Giulio Mancini y Giovanni Morelli, con autores como Conan Doyle (a través de Sherlock Holmes y el Dr. Watson) y Edgar Allan Poe, con un cuadro del pintor Vermeer, con el estudio freudiano del Moisés de Miguel Angel (donde se puede acceder a lo que la obra dice… ocultándolo…), con los baqueanos de nuestras pampas…

Es un trabajo imperdible. Es la clínica de las huellas, de los rastros, de los indicios, de las marcas, de los detalles, para lograr no sólo que el sujeto diga lo que sabe y oculta, sino fundamentalmente lo que él mismo no sabe que sabe…

Para finalizar, algunas cuestiones que no quiero olvidarme de subrayar en el texto.

En primer lugar, una cuestión ética de importancia fundamental: “toda producción de un sujeto psicótico es texto a leer e intentar descifrar”. No se trata de aplastar las manifestaciones de los psicóticos, sino de suponerles un sujeto e intentar escucharlos, en la línea de Freud de reconocer el núcleo de verdad que hay en ellos.

En segundo lugar, otra cuestión ética esencial: el autor dice que hay alguna forma de transferencia en las psicosis. Y que es desde ella que se promueve la restitución o sustitución (no quedan del todo claras las especificaciones de ambas y su relación con la suplencia que inventa Lacan) del significante forcluido, el Nombre-del-Padre.

El tercer punto es invitar a la lectura de un concepto que toma Langer: el de “invariante”. Sean cuales fueren los momentos históricos, hay en el psiquismo determinaciones que no dependen de ellos, que funcionan como piedras basales en el edificio freudiano y que, aunque adquieren diversos formas según el contexto, en esencia permanecen. Un ejemplo es la función paterna, que abre a la prohibición del incesto, la castración, la Ley, “la falta fundante, origen de la sexualidad, del deseo y pulsión como específicamente humanos”.

La cuarta observación es que se toman enorme cantidad de ideas y conceptos. Su lista es interminable. Enriquecen el texto, dándole la característica de trabajo monumental, entendible si se piensa que surgió de un seminario dictado en el Borda durante 10 años.

Menciono como ejemplo el trabajo sobre los términos “verwerfung”, “abwehr”, “ablehnung”, “schüld”, “glaube” y “unglaube”, etc.

Menciono también la original relación que establece entre campo de saberes de Bourdieu y fundadores de discursividad de Foucault. Y la enorme cantidad de citas de autores psicoanalíticos pero también literarios. Otra lista interminable.

Predominan Freud y Lacan, por supuesto, y aquí podría tal vez criticarse (como crítica constructiva, por supuesto) la excesiva brevedad de las menciones de los últimos seminarios de Lacan, casi mencionando solamente temas difíciles como el nudo borromeo, el sinthome, la nominación, etc.

Finalmente, decir que entre tantos autores citados, se encuentra en lugar primordial el Quijote de Cervantes. Es difícil de resumir, pero al menos decir que el texto nos habla del camino recorrido por alguien que, “enloquecido” por la letra (de las novelas de caballería) se lanza a transformar el mundo.

Porque el Quijote “viaja” en y por la locura y ese viaje donde tanto devora letras como es devorado por ellas, lo transforma a él y a Sancho Panza y a quien lo lee, al realzar el poder que “adquiere la locura para denunciar, diciendo: voces alucinadas que iluminan, espectros que avanzan desrealizando lo insoportable de la razón”.

Langer planteará que tal “locura” puede ser una forma de emerger de la melancolía, o del aburrimiento, una forma de alcanzar cierto goce de la vida.

Pero hay mucho más, porque ese “loco” posibilitará un encuentro con un lector, quien se dejará interrogar y eso lo llevará a producir, a su vez, nuevos textos.

Freud también fue transformado (aventura Langer) por las letras del Quijote, tanto como por las que encontraba en el cuerpo de sus histéricas. Nos toca a nosotros “enloquecer”, a su vez, por las letras freudianas… y así sucesivamente.

“Enloquecer” en el sentido positivo de poder leer otra cosa que los sentidos coagulados de las versiones oficiales.

Las letras “secan el celebro”, hacen “perder el juicio”, dice Cervantes. Pero “no del todo”, acota Langer acertadamente, de otra manera no hubieran motivado tantas importantes producciones. Sin embargo, no a todos la letra los lanza al mundo a “desfacer entuertos”… aquí tengo una discrepancia con el autor (no todos son elogios, claro, estimado Abel…): me parece que el texto asimila locura con heroísmo, uniendo el Quijote y el Che, los héroes Homéricos y el Mesías. Para mí son posiciones muy diferentes. Coincido en ello más con Borges, para quien el Cervantes, “para borrar o mitigar la saña / de lo real, buscaba lo soñado.”

Para concluir quiero destacar algo que sí comparto a pleno: lo que Abel plantea sobre las quemas de libros y de bibliotecas. Tanto es así que hace un par de años escribí para Cuadernos Sigmund Freud, la revista de la Escuela Freudiana de Buenos Aires, un trabajo donde hilaba la quema de los libros de Freud por los nazis en 1933, con la expulsión de Lacan de la Internacional 30 años después, que él mismo relaciona con la excomunión de Espinoza en el siglo XVII. Las anudé con la excomunión y condena a la hoguera de Jan Hus en Praga en el siglo XV y la excomunión de Lutero un siglo después.

Postulaba que en todas se trataba de cuestiones de lectura: estaba en juego poder leer “algo más” en las letras que lo que la versión oficial establece. Versión que, decía Espinoza, no estaba dedicada a hacer más libres y sabios a los hombres, sino a hacerlos más obedientes.

Las letras, trazos capaces de generar encuentros fecundos y cambiar la vida de los sujetos. Llamo “amor de la letra” a esa posibilidad que nos brinda de dialogar con escritos y autores a través de los siglos. Creo que comparto eso con Abel Langer, por eso le agradezco la ocasión de comentar, compartir, celebrar y hasta polemizar y discrepar con sus letras…






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