Hay quien augura la
próxima desaparición del libro como objeto. No lo creo demasiado y
celebro la aparición de un nuevo libro y la ocasión de comentarlo.
Mi modo de celebrar es presentar, contar más o menos brevemente,
algo del contenido del libro.
Como dice Abel
Langer en uno de los capítulos, Freud es producido, segregado y
renegado por la modernidad. Freud cambia el mundo, opera un
formidable descentramiento del hombre (que abarca todos los órdenes
de lo social y de lo cultural), al inventar el Inconsciente. Infringe
una profunda herida narcisística al hombre que hasta entonces
consideraba que lo esencial, lo que lo definía por entero eran la
conciencia y la razón.
Caen toda certeza y
todo sueño de dominio sobre la psiquis humana. Sólo somos
desconocidos para nosotros mismos. Es “otro” quien habla en mí
cuando hablo, quien me lleva a hacer cuando hago.
Pero eso no
significa que el inconsciente venga a traernos un nuevo saber que
rellene las lagunas del que lo precedía, ni a reparar las fallas de
la conciencia.
Por el contrario, el
Inconsciente viene a enfrentarnos con la idea de que deberemos
cambiar nuestra concepción misma del hombre, que incluye una nueva
forma de pensar y de producir al sujeto humano.
El hombre deberá
asumirse como un ser en falta, un ser de ansias y apetitos
insatisfechos, de deseos irrealizables, de objetos inalcanzables. De
paraísos perdidos, angustias, vacíos y nostalgias. Dice una poetisa
popular: “Soy una herida, un cuerpo pulsante, sufriendo ser”.
A la belleza
desgarradora de Björk le agrego la de unos versos de Olga Orozco:
“Algunos
precipicios persiguen al viajero, lo aprisionan
en su estuche de
hierbas;
otros toman la forma
de una herida interior,
de una larga fisura
por la que se puede contemplar el infierno.”
Tal vez como
compensación, el psicoanálisis hace posible un sujeto del acto. El
sujeto surge, se refunda, se transforma y se dignifica por sus mismos
actos.
Ellos introducen la
posibilidad de la palabra inédita, sorpresiva, novedosa, que tiende
al despertar, contra el adormecimiento de la neurosis y su predominio
de las pantallas, el espectáculo y los discursos estupidizantes.
En el citado
capítulo, Langer desarrolla largamente y con precisión los
mecanismos por los cuales se tiende a la aniquilación de esa falta
esencial y fundante, de ese “infierno” que nos intranquiliza.
Como si tras lo que él denomina “operación de Freud sobre la
cultura”, ésta se tomara su revancha: acosando al sujeto con las
exigencias superyoicas de renunciar a las (irrenunciables)
satisfacciones pulsionales, empujando a la perfectibilidad y al goce
(de consumir, por ejemplo, como lo dicta el discurso capitalista), a
restituir un “todo” que no existe pero acosa, con una hipertrofia
de la ciencia y de la técnica que se erigen como nuevos dioses a
quienes servir. Dioses mortíferos, que ponen “la ciencia y la
técnica al servicio de la destrucción del hombre”.
Allí ubicará
Langer la locura, como el modo en que “el enmascarado no se rinde”…
no responde a los “mambos naturales”… como las voces que
rescatan lo que se quiere acallar, trayendo “el muerto habitando al
vivo, el pasado habitando el presente, el excluido por la memoria, el
expulsado por el yo”…
Un tango lo dice a
su modo (Neli Saporiti): “No es posible borrar lo que ha sido // no
es posible cambiar el adiós // el pasado está escrito en el alma…”
Una expresión
explicitada al fin del libro me permite ubicar esta primer parte del
mismo: “elogio de la locura”. Cierta ruptura del orden simbólico
le permite al llamado “loco” interrogar, cuestionar al neurótico
(cuyo orden simbólico está intacto pero lo esclaviza), enfrentarlo
con lo que niega sistemáticamente: el “horror inherente a la
condición humana”.
Elogio porque
(aunque no está dicho exactamente así en el texto) no es que la
locura diga una-la verdad, sino porque en lo que dice se connota lo
que no puede decirse por estructura. Ello es que hay una invasión
del símbolo. El lenguaje es el “cáncer” que parasita el cuerpo
del hablante, imponiendo las palabras que transformarán radicalmente
el cuerpo.
Es por esa misma
ubicación de vocero de lo que la voz excluye, que es “la
producción de algunos locos lo que permite que la cultura alcance su
cenit”.
La locura habla
desde un espacio y un tiempo fuera de las concepciones clásicas. En
el texto, Langer metaforiza esa lógica con varios términos como
“fuera de los muros de silencio”, “extramuros”, “tierra de
nadie”, “extranjería”, “marginalidad”, “exilio”... y
el que más me gustó, con reminiscencias tangueras: “arrabales”.
Es en esos arrabales donde “se despliegan ideas y cuestionamientos
desde la materialidad de cuerpos que soportan el cruce de letras,
significantes, palabras, discursos y poderes”.
Así planteado desde
el inicio, con la locura como compañera de la libertad (como dice
una cita de Lacan que Langer rescata), se le va a presentar al autor
una necesidad ineludible: doctrinariamente deberá distinguir con
claridad neurosis, locuras, neurosis graves, psicosis, estados,
psicosis veras, institucionalización de los internados,
estigmatización y depósito de excluidos del cuerpo social (ya sea
por buena o mala fe, por errores o por complicidad).
Por eso, además del
elogio de la locura, hay otra parte del texto (más doctrinaria) que
trabaja esas distinciones. Dedica a ello un capítulo, que es un
verdadero tratado sobre el tema. No es un capítulo fácil, es denso,
profundo, difícil, pero indispensable.
Después hay un par
de capítulos que me parecieron sencillamente deliciosos. Son los que
muestran que el método de trabajo de Freud y del psicoanálisis,
podría considerarse a la luz del método abductivo de Peirce,
apropiado para las ciencias conjeturales (no para las clásicas,
tributarias del método deductivo-inductivo).
Recordemos la
metáfora del arqueólogo que Freud da para el analista, que va
reconstruyendo el edificio destruido y enterrado a partir de pequeños
indicios, detalles menores y olvidados, que parecen irrelevantes pero
son signos a leer.
Langer articula
estudiosos de la pintura como Giulio Mancini y Giovanni Morelli, con
autores como Conan Doyle (a través de Sherlock Holmes y el Dr.
Watson) y Edgar Allan Poe, con un cuadro del pintor Vermeer, con el
estudio freudiano del Moisés de Miguel Angel (donde se puede acceder
a lo que la obra dice… ocultándolo…), con los baqueanos de
nuestras pampas…
Es un trabajo
imperdible. Es la clínica de las huellas, de los rastros, de los
indicios, de las marcas, de los detalles, para lograr no sólo que el
sujeto diga lo que sabe y oculta, sino fundamentalmente lo que él
mismo no sabe que sabe…
Para finalizar,
algunas cuestiones que no quiero olvidarme de subrayar en el texto.
En primer lugar, una
cuestión ética de importancia fundamental: “toda producción de
un sujeto psicótico es texto a leer e intentar descifrar”. No se
trata de aplastar las manifestaciones de los psicóticos, sino de
suponerles un sujeto e intentar escucharlos, en la línea de Freud de
reconocer el núcleo de verdad que hay en ellos.
En segundo lugar,
otra cuestión ética esencial: el autor dice que hay alguna forma de
transferencia en las psicosis. Y que es desde ella que se promueve la
restitución o sustitución (no quedan del todo claras las
especificaciones de ambas y su relación con la suplencia que inventa
Lacan) del significante forcluido, el Nombre-del-Padre.
El tercer punto es
invitar a la lectura de un concepto que toma Langer: el de
“invariante”. Sean cuales fueren los momentos históricos, hay en
el psiquismo determinaciones que no dependen de ellos, que funcionan
como piedras basales en el edificio freudiano y que, aunque adquieren
diversos formas según el contexto, en esencia permanecen. Un ejemplo
es la función paterna, que abre a la prohibición del incesto, la
castración, la Ley, “la falta fundante, origen de la sexualidad,
del deseo y pulsión como específicamente humanos”.
La cuarta
observación es que se toman enorme cantidad de ideas y conceptos. Su
lista es interminable. Enriquecen el texto, dándole la
característica de trabajo monumental, entendible si se piensa que
surgió de un seminario dictado en el Borda durante 10 años.
Menciono como
ejemplo el trabajo sobre los términos “verwerfung”, “abwehr”,
“ablehnung”, “schüld”, “glaube” y “unglaube”, etc.
Menciono también la
original relación que establece entre campo de saberes de Bourdieu y
fundadores de discursividad de Foucault. Y la enorme cantidad de
citas de autores psicoanalíticos pero también literarios. Otra
lista interminable.
Predominan Freud y
Lacan, por supuesto, y aquí podría tal vez criticarse (como crítica
constructiva, por supuesto) la excesiva brevedad de las menciones de
los últimos seminarios de Lacan, casi mencionando solamente temas
difíciles como el nudo borromeo, el sinthome, la nominación, etc.
Finalmente, decir
que entre tantos autores citados, se encuentra en lugar primordial el
Quijote de Cervantes. Es difícil de resumir, pero al menos decir que
el texto nos habla del camino recorrido por alguien que,
“enloquecido” por la letra (de las novelas de caballería) se
lanza a transformar el mundo.
Porque el Quijote
“viaja” en y por la locura y ese viaje donde tanto devora letras
como es devorado por ellas, lo transforma a él y a Sancho Panza y a
quien lo lee, al realzar el poder que “adquiere la locura para
denunciar, diciendo: voces alucinadas que iluminan, espectros que
avanzan desrealizando lo insoportable de la razón”.
Langer planteará
que tal “locura” puede ser una forma de emerger de la melancolía,
o del aburrimiento, una forma de alcanzar cierto goce de la vida.
Pero hay mucho más,
porque ese “loco” posibilitará un encuentro con un lector, quien
se dejará interrogar y eso lo llevará a producir, a su vez, nuevos
textos.
Freud también fue
transformado (aventura Langer) por las letras del Quijote, tanto como
por las que encontraba en el cuerpo de sus histéricas. Nos toca a
nosotros “enloquecer”, a su vez, por las letras freudianas… y
así sucesivamente.
“Enloquecer” en
el sentido positivo de poder leer otra cosa que los sentidos
coagulados de las versiones oficiales.
Las letras “secan
el celebro”, hacen “perder el juicio”, dice Cervantes. Pero “no
del todo”, acota Langer acertadamente, de otra manera no hubieran
motivado tantas importantes producciones. Sin embargo, no a todos la
letra los lanza al mundo a “desfacer entuertos”… aquí tengo
una discrepancia con el autor (no todos son elogios, claro, estimado
Abel…): me parece que el texto asimila locura con heroísmo,
uniendo el Quijote y el Che, los héroes Homéricos y el Mesías.
Para mí son posiciones muy diferentes. Coincido en ello más con
Borges, para quien el Cervantes, “para borrar o mitigar la saña /
de lo real, buscaba lo soñado.”
Para concluir quiero
destacar algo que sí comparto a pleno: lo que Abel plantea sobre las
quemas de libros y de bibliotecas. Tanto es así que hace un par de
años escribí para Cuadernos Sigmund Freud, la revista de la Escuela
Freudiana de Buenos Aires, un trabajo donde hilaba la quema de los
libros de Freud por los nazis en 1933, con la expulsión de Lacan de
la Internacional 30 años después, que él mismo relaciona con la
excomunión de Espinoza en el siglo XVII. Las anudé con la
excomunión y condena a la hoguera de Jan Hus en Praga en el siglo XV
y la excomunión de Lutero un siglo después.
Postulaba que en
todas se trataba de cuestiones de lectura: estaba en juego poder
leer “algo más” en las letras que lo que la versión oficial
establece. Versión que, decía Espinoza, no estaba dedicada a hacer
más libres y sabios a los hombres, sino a hacerlos más obedientes.
Las letras, trazos
capaces de generar encuentros fecundos y cambiar la vida de los
sujetos. Llamo “amor de la letra” a esa posibilidad que nos
brinda de dialogar con escritos y autores a través de los siglos.
Creo que comparto eso con Abel Langer, por eso le agradezco la
ocasión de comentar, compartir, celebrar y hasta polemizar y
discrepar con sus letras…
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