jueves, 26 de abril de 2012

La Sagrada Trinidad Lector-Imprenta-Autor

                        

   I- La revolución francesa será la culminación y el producto de toda una serie de transformaciones sociales y subjetivas; pero debemos señalar dos hechos que marcarán al hombre a través de los siglos: es desde la invención de la imprenta por Gutemberg en 1430 y es desde la lectura silenciosa descripta por San Agustín alrededor del 400 en donde podremos rastrear los orígenes en la construcción de una estructura subjetiva que   lentamente e irá desarrollando a lo largo de los siglos.

 Escribe el poeta y novelista argentino Hector Bianciotti (*): “Hay en la historia de la lectura un momento capital y por añadidura sublime, tal cual la recreó el genio de San Agustín en sus Confesiones: es el año 383, la lectura en voz alta es norma desde los albores de lo escrito. Agustín se presenta en lo de Ambrosio, el obispo de Milán y entra sin hacerse anunciar en su stúdiolo. Ambrosio está leyendo en silencio: “Leía, sus ojos recorrían las páginas y su espíritu percibía el sentido, mientras su voz y su lengua descansaban. Semejante manera de leer le pareció a Agustín tan extraña, que trece años más tarde hizo su relato...La lectura silenciosa se vuelve rápidamente sospechosa a los ojos de las autoridades religiosas y civilesya que autorizaba la ensoñación y, peor aún: al reflexionar a medida que los ojos descubren el sentido de las palabras, uno escapaba a su sentido inmediato, a los órdenes, a los dogmas, a la censura.”


                             
                               Será en esta operación secreta, hermética de la lectura silenciosa donde el hombre ampliará su espacio interior que le permitirá dar vuelo a su imaginación sin tener que someterse a la censura exterior y que le permitirá al lector reflexionar y profundizar en sus pensamientos para ir haciéndose y sintiéndose dueño de su destino. Si a esto podemos, mil años después, asistir a la invención de la imprenta comprenderemos como la lectura ya comenzará a ser patrimonio de cada vez mayores sectores de la población: es decir que la circulación del impreso hará posible la constitución de campos de intercambios simbólicos para desarrollar la reflexión y la imaginación sin trabas por parte de los lectores
                                La escritura del Quijote marcará, desde la descripción de su biblioteca así como de la quema de ésta, por el poder de la censura, para sustraerlo de la locura, la posibilidad, desde ése momento, de hablar de la constitución del “campo” de la literatura en lengua castellana
Estos dos datos que he nombrado son necesarios tener en cuenta: la descripción de la biblioteca y la quema de ésta por el poder de la censura sustrae al quijote de la locura y constituye el “campo”  de la literatura española como campo de intercambios simbólicos

                           II- Pero será en el siglo XVIII, desde el Ilumnismo y el Enciclopedismo, donde vamos a situar el poder del autor, de ése autor que se asume como autor de su destino y que escribirá libros para otros que a su vez intentarán construir su destino para sí y para otros: lectores que se apropiarán de ésa letra impresa: el libro de independizará del autor, y como en el Quijote, ésta lectura producirá encuentros inesperados, únicos entre un libro y un lector: Voltaire, Diderot, Condorcet, Rousseau escribirán libros que circularán para ser leídos por cualquiera, pero entre éstos cualquiera estarán un Robespierre, un Danton, ó un Castelli, Moreno ó Belgrano entre nosotros. Es decir que si en el Quijote encontramos el destino de un hombre en manos de los libros que ha leído y éste embelecimiento lo llevará a vender sus propiedades para adquirir libros de caballería poniendo su vida en manos del destino escrito por otros para alguien que azarosamente se encuentre con él, en la historia se producirán encuentros también azarosos entre un autor y un lector que marcarán la vida  y la historia de Occidente.

                             III- Lo que caracteriza al hombre de la modernidad, a partir del hecho inaugural de la Revolución Francesa, pero que se fue gestando desde varios siglos antes con lo que se denomina “el poder del lector” y la revolución de la tríada autor-impresión-lector así como con el nuevo lugar del hombre europeo en el cosmos será la convicción de que los hombres hacen la Historia, son los sujetos de la historia que al hacerla y al transformarla serán los dueños de su propio destino; entonces deseo, voluntad y transformación tenderán a  fundirse en el espíritu de una época: porque el sujeto de la historia será aquel que a su vez al transformar el mundo se transforme a sí mismo: praxis que también caracterizará como una cuarta condición al hombre de la modernidad. Espíritu de época que será la era de las revoluciones y en donde el sujeto histórico piensa su propia libertad, se apropia de ella,  piensa su supremacía sobre la materia histórica y le dará a ésta la dimensión de sus deseos, teniendo éste mismo hombre la sensación ardiente y compartible de que nada está definitivamente dicho ni hecho ni decidido, sino que todo está por decidirse y por hacerse y por lo tanto habrá una poética y una política que se potenciarán mutuamente: cuando Rimbaud diga “cambiar la vida”, Marx escribirá “transformar el mundo”.
                             Futuro puesto en términos de cosmovisión terrenal: conjugación de utopías con posibilidades concretas de realizarse en éste nuestro mundo: era del posible: futuro perfectible y realizable que implica la vida de cada sujeto histórico puesta al servicio de un ideal futuro, compartible y factible: la tierra prometida al alcance de la mano y el Mesías encarnado en cada hombre.

(*) Héctor Bianciotti (Luque, Córdoba, Argentina, el 18 de marzo de 1930) es un escritor y crítico literario argentino naturalizado francés. Vive desde 1961 en París donde trabaja en la revista Le Nouvel Observateur y la editorial Gallimard. Es miembro de la Academia francesa, desde enero de 1996, y el único de los miembros de origen hispánico. Bianciotti escribe en castellano y en francés. Desde 1982 escribe solamente en francés

(Este texto forma parte de apuntes acerca de “A que llamamos modernidad”)



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